miércoles, 3 de noviembre de 2010

Días de tormenta...

Un día cualquiera de principios de julio, salíamos ni temprano ni tarde hacia Extremadura. Un alto en el camino para conocer a JaimeLeonú (con la gran suerte de encontrarlo en su oficina); después continuábamos hacia el Sur, admirando la luz de la tormenta que se avecinaba...



En ocasiones, la luz de las tormentas relaja, maravilla y te transporta a un cuento, pero no siempre puedes pararte a fotografiar ese momento... este día sí tenía preparada la cámara...



Una vez pasa, esa luz deja la huella de una sonrisa que te hace pensar en lo mucho que te gusta sentirte parte del paisaje...


Tras un día agotador, encontrar un lugar tranquilo en el que relajarte sin que haya más huéspedes a la vista es un exquisito privilegio...



Saber que por la mañana no tienes prisa, ni compromisos, ni obligaciones... 



Admirar el paisaje que te rodea, sentirte acompañado en la distancia...


Encontrar un lugar en el que se respira teatro por los cuatro costados...




Todo esto es oro, hasta que de repente te encuentras en el suelo, entre dos coches y sin saber qué ha ocurrido. Lo más importante, piensas, es que no te ha pasado nada, que sigues de vacaciones y que el mayor mal es la vuelta de la moto  en grúa, mientras tú puedes seguir disfrutando de cada segundo que pasa. 
¿Qué viene después? Parte de la familia acude a rescatarte, pasas un verano sin moto en el que redescubres el coche y el aire acondicionado, la playa y la sombrilla a la que hace años le habías perdido la pista, encuentras amigos que te llevan a hacer ruta de moto en coche, conoces a un Sultán que resulta ser encantador... el verano ha dado mucho de sí y ya está lejos, pero me quedo con una hermosa palabra: amistad... 


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